miércoles, 29 de febrero de 2012

Yonqui (1953)


Hoy en día, la drogadicción en la juventud y las aventuras derivadas de ello ya constituyen prácticamente un subgénero, una forma establecida de abordar la realidad desde perspectivas mucho más audaces y alucinadas. Esto es el resultado de diversas apuestas artísticas, que desde la década de los 60' comenzaron a cambiar drásticamente tanto el pensamiento como la forma de actuar de numerosos jóvenes a lo largo de todo el mundo. Pero no hay que olvidar que antes de la emancipación hippie y los movimientos psicodélicos de aquella época, ya era posible vislumbrar ciertas publicaciones que anticipaban lo que ocurriría después, siendo, por ejemplo, la Generación Beat un precedente del hippismo, y la película El hombre del brazo de oro (con la increíble actuación de Frank Sinatra) la precursora de otras tan famosas como Trainspotting y la actual Enter the void; o también la magistral Drugstore Cowboy, de Gus Van Sant, donde el mismo Burroughs realiza un pequeño papel donde actúa de si mismo: un auténtico gurú de los estupefacientes.

Aunque antes de que todo esto ocurriera, y Burroughs se terminara por convertir en uno de los grandes visionarios de la literatura norteamericana, se decide publicar Yonqui en 1953, justamente antes de El almuerzo desnudo, la primera gran obra del autor. Y esto no fue tan fácil como hoy parece, ya que en esos tiempos la droga seguía siendo un terrible tabú, y el manuscrito se paseó por muchas partes antes de que un desesperado Carl Solomon aceptara publicarlo. Sin ir más lejos, tres años después el mismo editor publicaría Aullido y otros poemas, opera prima de Allen Ginsberg que llegó a tribunales por ofensas a la moral, y nada menos que el mismo autor de este polémico libro fue quien recomendaría previamente a Solomon la publicación de Yonqui. Estos fueron los inicios de la que luego sería conocida como Generación Beat, la cual se consolidó justamente un año después del célebre juicio contra Ginsberg, con la aparición de En el camino, obra capital de Jack Kerouac.

Volviendo a la novela, ésta fue publicada por Burroughs bajo el pseudónimo de William Lee, con justificado temor a cualquier tipo de represalias en su contra. El origen de este libro se remonta a las experiencias del propio autor, quien narra de forma descarnada sus vagabundeos en busca de droga, en su mayoría pastillas, morfina y drogas intravenosas. Estas historias eran contadas por Burroughs a su amigo Ginsberg, al cual le hacían tanta gracia y veía en ellas tanto talento narrativo que presionó a su compañero hasta que aceptó publicarlas, no sin antes pensárselo un millón de veces.

En general, la novela se basa en la escandalosa y austera vida de Burroughs en los suburbios norteamericanos, donde se dedicó a explotar el lado más salvaje de la calle, relacionándose con una manga de desaptados y marginales que comparten con él sus desordenes sexuales, su enfermiza adicción a los narcóticos y sus más extravagantes aficiones. Sin lugar a dudas, en esta visceral crónica urbana podemos encontrar los fundamentos y las futuras apreciaciones del autor sobre la sociedad contemporánea, en un estado bruto y eventual, pero ilustrativo a la hora de comprender sus próximas publicaciones. Lo que sí destaca particularmente en Yonqui, y comienza a diluirse con la madurez de su exclusivo protagonista, es la intensidad con que él mismo come de sus pretensiones, asumiendo que para tocar lo más alto de la droga debe hundirse en sus abismos, siendo difuso el límite entre ambas opciones, reconociendo a su vez que su adicción no es un placebo ni un estimulante, sino una peligrosa pero atractiva forma de vida.

*Para acceder a la versión on-line del libro, ver el siguiente link.
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jueves, 16 de febrero de 2012

Salvo el crepúsculo (1984)

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Salvo el crepúsculo es lo último que trabajó en vida Julio Cortázar, aunque lamentablemente se haya publicado de manera póstuma. Para muchos una obra menor, para otros algo así como un testamento, pero para cualquier lector del argentino no puede ser otra cosa que el autor en su esencia, en su capacidad única de archivar sus propias ideas como chispazos de luz, o como todos los fuegos de un mismo fuego. Esto, que nos recuerda uno de sus más célebres trabajos, también puede ser una forma de entender Rayuela, novela con la cual llegó a tantear los límites de la genialidad. Todos estos libros son partes de un mismo Cortázar, un mismo autor inquieto que a veces escribía aquí y otras veces allá, que dejaba un verso por acá para luego anotar un párrafo deslumbrante un poco más lejos; siempre en mudanza, siempre transformándose, pero sin dejar jamás de ser el mismo.

Dicen que la poesía no era lo suyo, pero: ¿cómo no va a serlo, si sus cuentos están llenos de poesía? Los versos de Salvo el crepúsculo parecen ser solo una depuración de toda esa prosa anterior, de todas esas fabulaciones que se debatían entre lo real y lo fantástico. Son como un insectario fascinante donde fichó sueños y pesadillas, mariposas y monstruos, para así cerrar el círculo y volver al Bestiario que lo vio partir, cuando quizá no podía ni imaginar todo lo que vendría después. De hecho, esa parece ser la función más importante del presente libro: actuar como un afluente donde talvez no se origina la magia, pero sí se decanta para luego desembocar en una especie de purgatorio, donde Cortázar se purificó antes de terminar volviéndose eterno, para así continuar el infinito ciclo de sus creaciones.

Pero no todo es poesía en Salvo el crepúsculo. Como ya señalé, también es un tipo de archivador, un diario donde entre versos surgen interesantes reflexiones, anotaciones al paso y pequeños poemas que a veces pueden ser crónicas, cartas de amor o las más sinceras declaraciones de principios. Porque no podía ser distinto viniendo de un autor como Cortázar, que continuamente pretendió renovar y reinventar la literatura dentro de sus propios márgenes, relumbrándose ante ello con ojos vírgenes, dejándonos novelas sorprendentes como Los premios y Libro de Manuel, o experimentaciones formales como Un tal Lucas, 62 / Modelo para armar o sus famosas Historias de cronopios y de famas, sumadas a una gran cantidad de cuentos maravillosos.

Personalmente, no creo que Salvo el crepúsculo sea una obra menor, ni siquiera comparándola con otros de sus libros, ya que, incluso más que algunas de sus más célebres publicaciones, tiene una asombrosa y flamante vida propia, y un vigor incandescente que no es esperable de una obra de cierre, que ejerce expresamente su cometido de punto final. Pero eso no lo leemos en el libro, excepto que se quiera interpretar algo del haiku de Matsuo Bashô que da origen al título, el cual reza: "Este camino / ya nadie lo recorre / salvo el crepúsculo". De eso se puede extraer una lapidaria nostalgia que nos suena a despedida, pero de su contenido general, creo que claramente no.


*Para leer la versión on-line del libro, ver el siguiente link.
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