El Bertoni de Harakiri es un escritor ya maduro y consolidado. Nadie pensaría que después de obras tan sugerentes como El cansador intrabajable y Ni yo el autor pudiera reinventarse. Porque si hay una impresión que nos da al leer a Bertoni, es que su estilo se agota con cada producción, dejándonos la triste sensación de que "al mago se le acaban los trucos". Pero Harakiri es su forma personal de negarse a ello, y es, además, una de sus apuestas más sinceras.
Bertoni, al igual que muchos otros, tuvo la opción de pelear cara a cara con la muerte, y este libro es su testimonio: una recopilación de textos que abordan tópicos tan variados como la enfermedad, las pulsiones vitales, el hastío, la desesperación y la cotidianidad, junto a otros caprichos teóricos como la filosofía y la teología. Y es que en realidad, como muy bien señala Camilo Brodsky a propósito del libro (y recordando a Blas de Otero), aquí no se salva ni Dios; no se salva ni siquiera el autor.
Harakiri quizá fue la mejor manera de burlarse de sí mismo. Fue la forma bertoniana de decirnos: "amigos, estuve cagado de miedo, pero me salvé". Es un testomonio poético que funciona como registro de un periodo crítico de su vida, donde pudo dejar de existir dejándonos su obra incompleta, como bien le pasó a otros grandes como Rodrigo Lira, Roberto Bolaño y Jorge Teillier, a los cuales él mismo recuerda en sus páginas, no sin dejar de identificarse con ellos.
Bertoni, como señalé al principio, se reinventa en Harakiri, haciendo gala de un estilo que ya lo ha hecho célebre, pero renovando sus obsesiones y sus temas recurrentes, creando un abanico de ideas que nos dejan una agradable impresión de frescura, como si nos quisiera dejar en claro que su talento no estaba muerto, solo andaba de parranda. O bueno, quizá no precisamente de "parranda", pero sí ganando batallas que lo devolvieron a la senda literaria, abriéndole paso a un nuevo ciclo de publicaciones, estableciendo un antes y un después de esta intervensión.
Para mayor visualización del libro original y su contexto cultural, ver el siguiente link.
Bertoni, al igual que muchos otros, tuvo la opción de pelear cara a cara con la muerte, y este libro es su testimonio: una recopilación de textos que abordan tópicos tan variados como la enfermedad, las pulsiones vitales, el hastío, la desesperación y la cotidianidad, junto a otros caprichos teóricos como la filosofía y la teología. Y es que en realidad, como muy bien señala Camilo Brodsky a propósito del libro (y recordando a Blas de Otero), aquí no se salva ni Dios; no se salva ni siquiera el autor.
Harakiri quizá fue la mejor manera de burlarse de sí mismo. Fue la forma bertoniana de decirnos: "amigos, estuve cagado de miedo, pero me salvé". Es un testomonio poético que funciona como registro de un periodo crítico de su vida, donde pudo dejar de existir dejándonos su obra incompleta, como bien le pasó a otros grandes como Rodrigo Lira, Roberto Bolaño y Jorge Teillier, a los cuales él mismo recuerda en sus páginas, no sin dejar de identificarse con ellos.
Bertoni, como señalé al principio, se reinventa en Harakiri, haciendo gala de un estilo que ya lo ha hecho célebre, pero renovando sus obsesiones y sus temas recurrentes, creando un abanico de ideas que nos dejan una agradable impresión de frescura, como si nos quisiera dejar en claro que su talento no estaba muerto, solo andaba de parranda. O bueno, quizá no precisamente de "parranda", pero sí ganando batallas que lo devolvieron a la senda literaria, abriéndole paso a un nuevo ciclo de publicaciones, estableciendo un antes y un después de esta intervensión.
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