lunes, 12 de diciembre de 2011

Cuando me muera quiero que me toquen cumbia (2003)


Dicen que la realidad supera los límites de la ficción, esos márgenes delgados que le imponemos a la cotidianidad para que no nos sorprenda con malas pasadas, con exabruptos que entorpezcan la tranquilidad de nuestros días. Pero esa idea burguesa de felicidad, tan políticamente correcta y acomodada a nuestras propias expectativas, choca de frente con la realidad que se ve en las poblaciones, favelas, ghettos y villas miserias alrededor de toda Latinoamérica, ese sinvivir que denuncia Cristian Alarcón en Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, una crónica tan periodística como literaria que incursiona precipitadamente en la vida de los pibes chorros argentinos, instaurando un antes y un después de Víctor Manuel “El Frente” Vital.

Se nos narra desde un comienzo la crudeza de los acontecimientos. Se nos cuenta de inmediato que nos internaremos en zonas prohibidas, en barrios marginales donde todos son extranjeros, y ni siquiera los propios habitantes pueden vivir en paz. Se nos comienza a explicar el asunto desde la muerte del Frente Vital, y de esta manera se traza desde el principio una línea divisoria en la historia de la San Francisco, la 25 y La Esperanza, villas donde se venera la imagen del joven acribillado como si fuera capaz de convertir la sangre en vino y multiplicar las balas como el pan de los creyentes.

Porque si hay algo que sabemos con certeza, es que Víctor “El Frente” Vital fue asesinado por un policía bonaerense con cuatro tiros a quemarropa, dispuestos entre la cara y los hombros, muriendo casi en el acto. Después de eso, el joven fue canonizado en los pasillos de su villa y hasta hoy es un mito protector entre sus habitantes, siendo objeto de homenajes, mandas y oraciones, estableciendo a su vez una bisagra entre un pasado distinguido por intachables códigos criminales y una verdadera ética marginal, dando paso a un posterior caos donde prevalece la traición, la hostilidad y la ausencia de escrúpulos a la hora de sobrevivir entre asaltos, emboscadas, drogas de poca monta y frecuentes tiroteos.

El lenguaje que ocupa Alarcón para definir el difícil contexto de las villas argentinas es más bien periodístico, a menudo neutral con tendencias a abandonar su papel de cronista, aunque en los hechos su inmiscusión fue total. Al avanzar en las páginas se nos va desgranando el entorno completo al incursionar en todos los partícipes de la vida del Frente, retratando la posteridad de su muerte y el destino de todos sus cercanos, incluyendo parientes, novias, protectores, amigos y enemigos, dándonos un panorama acabado de lo que fue la villa antes y después de su defunción, realizando un exhaustivo recorrido por todos los rincones, sin dejar absolutamente nada sin revisar. Esto nos permite sacar nuestras propias conclusiones de la vida delictiva, incluso sabiendo lo más crudos detalles, llegando a sentir cierta empatía con los personajes, basada quizás en la impotencia, en la fatalidad o en la comodidad de vivir tan alejados de su vertiginosa existencia.

De esta forma, Alarcón nos plantea las coordenadas para comprender la marginalidad argentina, en un espacio que fluctúa entre la denuncia, el reportaje y los derechos que toda persona tiene a la imparcialidad, a la revisión de sus culpas vistas desde todos los ángulos posibles. Es lo que podríamos llamar el “beneficio de la duda”, en términos judiciales, pero ejercida desde el campo literario con una precisión muy apropiada para el caso, sin caer ni el sentimentalismo barato ni en los más repudiables prejuicios, desnudando la calle hasta sufrir en carne propia cada una de sus heridas.

El libro tiene un precio bastante asequible (casi 7.000 pesos chilenos, 13 o 14 dólares aprox), pero pueden descargarlo desde el siguiente link. O también, si les resulta más cómodo, leerlo directamente desde aquí.

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