jueves, 16 de febrero de 2012

Salvo el crepúsculo (1984)

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Salvo el crepúsculo es lo último que trabajó en vida Julio Cortázar, aunque lamentablemente se haya publicado de manera póstuma. Para muchos una obra menor, para otros algo así como un testamento, pero para cualquier lector del argentino no puede ser otra cosa que el autor en su esencia, en su capacidad única de archivar sus propias ideas como chispazos de luz, o como todos los fuegos de un mismo fuego. Esto, que nos recuerda uno de sus más célebres trabajos, también puede ser una forma de entender Rayuela, novela con la cual llegó a tantear los límites de la genialidad. Todos estos libros son partes de un mismo Cortázar, un mismo autor inquieto que a veces escribía aquí y otras veces allá, que dejaba un verso por acá para luego anotar un párrafo deslumbrante un poco más lejos; siempre en mudanza, siempre transformándose, pero sin dejar jamás de ser el mismo.

Dicen que la poesía no era lo suyo, pero: ¿cómo no va a serlo, si sus cuentos están llenos de poesía? Los versos de Salvo el crepúsculo parecen ser solo una depuración de toda esa prosa anterior, de todas esas fabulaciones que se debatían entre lo real y lo fantástico. Son como un insectario fascinante donde fichó sueños y pesadillas, mariposas y monstruos, para así cerrar el círculo y volver al Bestiario que lo vio partir, cuando quizá no podía ni imaginar todo lo que vendría después. De hecho, esa parece ser la función más importante del presente libro: actuar como un afluente donde talvez no se origina la magia, pero sí se decanta para luego desembocar en una especie de purgatorio, donde Cortázar se purificó antes de terminar volviéndose eterno, para así continuar el infinito ciclo de sus creaciones.

Pero no todo es poesía en Salvo el crepúsculo. Como ya señalé, también es un tipo de archivador, un diario donde entre versos surgen interesantes reflexiones, anotaciones al paso y pequeños poemas que a veces pueden ser crónicas, cartas de amor o las más sinceras declaraciones de principios. Porque no podía ser distinto viniendo de un autor como Cortázar, que continuamente pretendió renovar y reinventar la literatura dentro de sus propios márgenes, relumbrándose ante ello con ojos vírgenes, dejándonos novelas sorprendentes como Los premios y Libro de Manuel, o experimentaciones formales como Un tal Lucas, 62 / Modelo para armar o sus famosas Historias de cronopios y de famas, sumadas a una gran cantidad de cuentos maravillosos.

Personalmente, no creo que Salvo el crepúsculo sea una obra menor, ni siquiera comparándola con otros de sus libros, ya que, incluso más que algunas de sus más célebres publicaciones, tiene una asombrosa y flamante vida propia, y un vigor incandescente que no es esperable de una obra de cierre, que ejerce expresamente su cometido de punto final. Pero eso no lo leemos en el libro, excepto que se quiera interpretar algo del haiku de Matsuo Bashô que da origen al título, el cual reza: "Este camino / ya nadie lo recorre / salvo el crepúsculo". De eso se puede extraer una lapidaria nostalgia que nos suena a despedida, pero de su contenido general, creo que claramente no.


*Para leer la versión on-line del libro, ver el siguiente link.
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